Bienvenidos al mundo que he recorrido en mis vaqueros.
Espero que disfrutéis de las vistas.

El ser humano no es la especie más fuerte del planeta. No somos la más rápida, y puede que ni siquiera la más lista. La única ventaja que tenemos es nuestra capacidad para cooperar, para ayudarnos mutuamente.  Nos reconocemos los unos en los otros, y estamos programados para la compasión, el heroísmo y el amor. Y esos son los elementos que nos hacen más fuertes, más rápidos y más listos. Es la razón de que hayamos sobrevivido. Incluso de que queramos hacerlo.

Touch

Uno de los cuentos que nos hacen creer desde que somos pequeños es que tenemos el poder de conseguirlo todo. Que todo depende de nosotros, que con esfuerzo podemos llegar adonde queramos. Que no hay nada que no podamos tener.
Y todo es falso. Es falso porque hay demasiadas cosas que no podemos controlar, demasiados factores que no penden de nuestra voluntad, o que se mueven por inercia propia (movimiento que no siempre coincide con el de nuestro carácter).
Ahí llega la depresión, la tristeza. Porque, tarde o temprano, todos acabamos por darnos cuenta. Los niños crecen, y se terminan los finales idílicos, la sensación de invulnerabilidad desaparece.
Hay quien se resigna, baja la cabeza y se deja arrastrar por la corriente. Hay quien se aparta del mundo, quien se estrella al negarse a asumir su fracaso. Quizá los jóvenes seamos más propensos a estrellarnos, y a medida que nos vamos haciendo mayores, vamos agotando la batería, y comenzamos a renquear. A dejar de luchar batallas perdidas.
Supongo que el secreto está en aprender a aceptar. No a resignarse ante todo. Pero sí a aceptarlo. Aceptar que a veces, pones todo tu esfuerzo, todo tu trabajo, y resulta que es insuficiente. Aceptar que no somos dioses, ni titanes. Que tenemos fuerzas limitadas, que nos equivocamos. Aceptar que a veces no somos suficientes. Que a veces nada de lo que tenemos es suficiente. Que no somos tan únicos, ni tan especiales. Que en el mundo de verdad nuestra cara es una más entre la multitud.
Aceptar que hay dentro de nosotros cosas que no siempre funcionan bien. Que no somos perfectos, que a veces podemos ser malvados o egoístas. Que tenemos que aprender a dormir con decisiones equivocadas en la almohada, y que otras decisiones pueden dolernos toda la vida. Que no somos santos, ni somos los protagonistas de la película. Ni los más guapos, ni los más graciosos, ni los más simpáticos. Que a veces caemos mal a la gente. Que tenemos el culo gordo, o las orejas de soplillo.
Aceptar debe ser el primer ejercicio que se ponga en práctica cada mañana. Creo que ésta es la única forma de sobrevivir. Si no, la vida se transforma en una cosa horrible, en la que apenas tenemos tiempo de recuperarnos de un fracaso, cuando ya tenemos otro problema delante.
Y así hay gente que se va hundiendo en un agujero oscuro. Gente que se vuelve tan sombría que es capaz de robar la luz de un día claro. Gente que transforma las aventuras en ataques de pánico, y las relaciones con los demás en una sucesión de odios y lágrimas que no tiene sentido ninguno.
Y yo no quiero ser como ellos. Por eso me empeño en aceptar. Me prohíbo que los fracasos me arruinen las semanas, y que los NO me hagan sentirme insuficiente y pequeño como persona. Esta postura puede parecer la más sana y fácil de asumir del mundo, pero la verdad que es que supone un esfuerzo terrible. Consiste un pulso constante contra las propias emociones.
Pero, y si no ¿qué nos queda? Nuestra reacción ante las situaciones es lo único que nos pertenece por completo, que es enteramente nuestro. Podemos arrastrar los fracasos como pesadas cadenas, o utilizarlos para analizarnos por dentro y crecer. Lo externo no nos pertenece: pertenece al mundo. Al mercado, a la nota media, a los gustos de otros, al IVA y a las entrevistas de trabajo.
Lo que es nuestro, lo que no puede trastear nadie más, es lo que sucede dentro de nuestro corazón. Y sobre ello sí que podemos ejercer control.
La felicidad consiste en controlar lo que es controlable. Y dejar el resto para que la vida lo desenrede como quiera. Y, sea lo que sea, aprender a aceptarlo con una sonrisa.

iBarranco