Restos de nubes penden aún de la hierba fresca. Esta noche,
el cielo ha bajado a ras de la tierra
fértil y nueva. Los surcos, abiertos como heridas palpitantes de la misma naturaleza.
Las semillas se retuercen, impacientes. Ávidas de vida. La
siembra espera. Tiempos de primavera.
Hojas nuevas, brotes tiernos en las puntas de ramas viejas. Signo
mismo del ciclo: La vida es un constante renovarse.
Eróticas flores que se abren. Plenas. Que prometen néctar y
miel a las abejas laboriosas. Primavera es rayos de sol descosidos, esparcidos
por los campos sin orden alguno. Es salvaje crecimiento: tiempo de brotes. Primavera es aire plagado de zumbidos. Es
canto repetitivo y agudo de cien picos de pájaro. Es musgo verde que cubre la
madera muerta y podrida.
A lo lejos, lo oigo. El río corre de nuevo. Salta, empuja y
avasalla el lecho que tanto tiempo yació seco y vacío. Música hecha agua,
promesa de un verano cargado de frutos.
Ya vendrá el calor que hará buscar la sombra. Ya vendrá el frío
que acompaña el fin de la vida, en el eterno ciclo.
Ya vendrá.
Ahora es tiempo de nacer. Explotar. Florecer.
Y llenar el aire de sueños nuevos. Y de nuevos ritmos de
espera.